VIVIANA CANOSA: "YA ESTOY LISTA PARA VOLVER MEJOR QUE NUNCA"

Viviana Canosa habló de todo con la revista Gente y contó porque esta alejada de los medios y cuales son sus proyecto a futuro.

–¿Cuál era tu deuda?
–Ser feliz. Siempre fui una abandónica emocional: si algo no funcionaba, hacía un bolsito y me iba, imposibilitada de hacerme cargo. Me castigué toda la vida con autoexigencias y sobredosis de trabajo. Mi carrera era mi estabilidad emocional y mi felicidad se medía en logros laborales. ¿Y el amor? No encontraba equilibrio ni apasionamiento: lo confundía con generosidad desmedida, con ceder poder. Después de cuarenta años de soledad, me permití amar y ser amada visceralmente, casarme, ser mamá. Martina (3) vino a revelar mi identidad. Esa mina guerrera, multifacética y obsesiva, finalmente hoy se permite jugar en familia.
–¿Esto es un break voluntario o sentís que fuiste excluida del medio?
–Después de aquel episodio siniestro en Canal 9 (fue desvinculada en abril de 2013, mientras hacía Más Viviana, en pleno embarazo) me desenamoré del medio. Me resultaba tan indiferente que hasta fue tema en terapia: “¿Por qué nada de lo que me ofrecen me convence? (en 2014 condujo Zapping por América). Aquel golpe fue tan devastador que muchas veces pensé en dedicarme a otra cosa. Sufrí una cama espantosa del gobierno anterior. Nunca imaginé que un ciclo de diez años que llevaba mi nombre terminaría con la llamada de alguien: “¡Vuélenla, su marido trabaja en Clarín!”. Fui víctima de la más cruel campaña de desprestigio. Hasta me culparon por el despido de mis panelistas. Dentro y fuera del canal hicieron conmigo un bullying durísimo. Las amenazas fueron otra tortura.
–¿Amenazas?
–Sí, a cualquier hora. Algunas anónimas y otras de parte de alguien con nombre y apellido. Me enloquecían con el “¡callá a tu marido!” y otras atrocidades con las que atormentar a una mujer embarazada. Tantas veces me encontraron llorando... ¿Sabés? Sentí el mismo asco que en la época menemista, cuando yo, recién recibida de locutora, fui becada y un señor muy importante de la política me citó en Casa de Gobierno. Ese día me acorraló con una propuesta indecente. Lo mandé a la puta madre que lo parió y huí destruida. Al poco tiempo perdió el poder, como lo perdieron ellos. Tal vez me equivoqué: no tuve el valor para contarlo antes, pero tenía un bebé en mi panza. Ya no le temo a nada.
Antes de hablar de afinidades ideológicas, recordé su amistad con la Primera Dama. “A Juliana y a mí nos unió Valentina (13, hija de Awada y el conde belga Bruno Laurent Philippe Barbier, ex de Viviana). Con ella le tomé el gusto a la familia. Pasábamos mucho tiempo juntas, íbamos de compras, de day-spa. Nos adoramos”, contó. “Me conmueve recordar cuando vino a conocer a Martina. Le dije: “Gracias, Valen, porque me enseñaste a ser mamá”. Nunca dejé de visitarlas”.
–Sé que la semana pasada almorzaron en casa de los Macri.
–Sí. Ale y yo hicimos amistad con ellos. Son encantadores. El fin de semana nos invitaron a comer un asado en Los Abrojos (refugio familiar de los Macri en Los Polvorines). Fue genial. Yo había entrevistado a Mauricio hace siete meses (para el ciclo El próximo presidente, TN). Y me sorprendió mucho volver a encontrarme con el mismo hombre de entonces... ¡Cualquier otro ya hubiese estado siete escalones arriba! Claro que en la mesa se habló de todo, también de política. Mientras el país que nos dejaron se acomoda en esta transición –como le habría pasado también a Daniel (Scioli)–, verlo a Mauricio tan sereno me tranquilizó. En medio de la conversación, dijo algo que me encantó: “Yo no vine a robar, vine a ayudar a la gente”. Después de tanta soberbia que se ha ido, la humildad es importantísima.
–Los imagino muy anfitriones.
–¡Los mejores! Como saben que soy fanática de las ensaladas, me prepararon una variedad infinita. Después del asado nos matamos con los dulces. Como a Mauricio lo vuelve loco el marrón glacé, le llevamos una caja. Y a escondidas, Antonia y Martina hicieron lo mismo... ¡Vaciaron un tubo de Lindt! (se ríe).
–¿Aceptarías un puesto político?
–La política me apasiona, pero vivimos en un país tan prejuicioso que de meterme me aniquilarían al minuto y medio. Aún me da vértigo. Eso sí, como hasta ahora, continuaría con acciones solidarias.
–Volvamos a tu métier. ¿Qué aprendiste de la tele que dejaste?
–Que no debo esperar nada de nadie, que lo importante no es lo que opinen sobre mí cuatro boludos, sino mis amores. Hace poco escuché a Marcelo Longobardi decir: “Entre un programa semanal y una cena con mis hijos, prefiero la cena con mis hijos”. Hoy entiendo de qué habla.
–¿Cómo es la tele de hoy?
–Barata. El otro día, mirando un programa, me propuse un ejercicio: “¿Qué opinaría yo de este tema?”. Pensé y fui muy vaga. ¡No me importó nada! (se ríe). Me cuesta engancharme. ¡Ni siquiera miré los Martín Fierro! A veces agradezco no tener que lidiar con los contenidos de esta tele de bajos recursos. Veo a colegas remar y pienso: “¡Uy, pobre tipo! ¡El invitado que le llevaron...!”. Pero por otro lado valoro este fenómeno del “panelismo”. No cualquiera –y muchos de los panelistas sólo cobran bolo– te debate un tema durante dos horas cuando ya lo debatieron antes en otros catorce programas. Hay que tener mucha pasión en esta tele tan artesanal.
–¿En qué se excede?
–En la pelea. Pelearse pasó de moda. Ya no podría. Aprendí que levantar un teléfono y conciliar es mucho más fácil.
–¿Qué le falta?
–Conductores fuertes. Yo extraño a los referentes con opiniones contundentes y posturas claras. Creí que la Televisión Pública los tendría, pero tampoco. ¿De qué vale un anfitrión de mirada lavada, sin compromiso de ningún tipo, que no se sabe de dónde viene, sin historia? Tal vez sea una tendencia, no lo sé. Si “alguien más o menos” puede zafar el trabajo por menos guita y la gente lo mira igual, ¿para qué contratar a una figura? Así, la tele se fue llenando de “youtubers” que conducen. No podemos salir de Marcelo, Susana y Mirtha... ¡Ay, últimamente Chiquita me tiene tan fascinada...!
–Es un gran título.
–(Se ríe) ¡Y mirá que hemos tenido nuestras diferencias...! Mirtha tiene cabeza moderna, es polémica, actualizada. Pero hay algo que a mí –tal vez ahora, observándola como televidente– me conmueve: a su edad sigue ocupada de cómo entregarse a su público. No duerme para preparar una entrevista, y cuando parecería que hoy muchos entran a un estudio sin ducharse, a ella le importa hasta el perfume que usará. Ya nadie trabaja así para la televisión.
–Entre la crítica y el deseo, no descifro: ¿querés volver a la TV abierta?
–¡Es mi naturaleza! Siento que, después de tantas lecciones y la táctica Aikidoka (legado de su guía espiritual: se trata de la utilización de la energía del contrincante o de la adversidad para golpear más fuerte), ya estoy lista para volver mejor que nunca. Porque ahora sé quién soy. Ya ni un éxito ni un fracaso, ni la mirada del otro, van a decírmelo. Mi vida es otra, mis prioridades son otras. Nunca estuve tan abierta a escuchar. Quiero fluir en un ámbito que no le tema a las ideas. Con un perfil periodístico... ¡Aunque con todo lo que aprendí en este tiempo, podría hacer un big show matutino al estilo americano!