Lee parte de la nota que Natalia Oreiro le dió en exclusiva a la revista Hola Argentina. Entre otras cosas, habló de su familia, de su carrera, de la moda, de su marido y de sus ganas de ser madre.
Natalia Oreiro (33) tiene una doble vida. A simple vista, sobresale su costado más glamoroso. Es la chica que estamos acostumbrados a ver en las fotos: con sus tacos aguja, el pelo hiperrecogido y los vestidos ceñidos. Ella, que conoce bien la rutina frente a cámara, sabe que en ese momento puede sacudir al mundo con una caída de ojos. Y eso la convirtió en una de las actrices más deseadas. De ella también dicen que "todo lo que toca se convierte en oro".
Sin embargo, Natalia jura que su realidad es otra. Como si se tratase de otra vida que sucede paralelamente, "puertas adentro", en su intimidad. Dice que cuando se baja de los tacos y se suelta un poco el pelo, prefiere las viejas polleras de bambula. Que adora caminar con los pies descalzos y que por nada en el mundo cambiaría sus escapadas al campo. Allí se concentra en su huerta y se sumerge en un silencio profundo que sólo comparte con su marido desde hace casi diez años, el guitarrista y cantante de Divididos, Ricardo Mollo (53).
Antes de comenzar la entrevista, poco después del último flash, confiesa que fue su alta cuota de energía y optimismo lo que la alentó a llevarse el mundo por delante. Y, al parecer, lo logró: grabó doce telenovelas que multiplicaron su fama por el mundo, protagonizó nueve películas, grabó tres discos y creó una marca de ropa que lleva su apellido. Pero, como dirá más adelante, aún no tocó su techo. Por estos días está filmando Mi primera boda junto a Daniel Hendler. Y, con su hermana Adriana (37), presentó la nueva colección otoño-invierno de su maison: Las Oreiro.
–¿Cuál es tu propuesta para esta nueva temporada?
–La colección está inspirada en el personaje de Heidi y en los Alpes suizos. Con Adriana siempre tratamos de acordarnos cuando éramos chicas y resaltar ese lado lúdico cuando pensamos las colecciones. Para lograrlo, viajamos a Londres y Nueva York por lo menos dos veces al año. Solemos sentarnos en una plaza y ver cómo se viste la gente. A las dos nos gusta mucho la moda urbana, creo que ahí surgen las ideas más alternativas. Nuestra colección se destaca por una silueta más pencil, con muchos estampados, puntillas, mucha seda, rosas… Todo muy romántico.
–¿Por qué esa fascinación con los años cincuenta, que reflejan en cada colección?
–Porque era una época donde se valoraba más a las mujeres. En ese tiempo, la moda mostraba una silueta pencil con la cintura bien marcada y unas caderas voluptuosas que eran símbolo de feminidad. Nosotras seguimos recalcando ese tipo de figura, creemos que un cuerpo voluptuoso es sensual, lindo, romántico. ¡Lo más lindo de la feminidad es tener curvas!
–¿Cómo es la relación con tu hermana?
–Adriana es la persona más buena que conozco. Es generosa, hipersensible, muy creativa. Siempre digo que lo que más rescato de Las Oreiro es que me dio la posibilidad de recuperar a mi hermana. Cuando dejé Uruguay, a los 16 años, perdí ese vínculo. Mucho después, de más grande, empecé a extrañar a la familia. Realmente la necesitaba.
–¿Cuál es el estilo que más te define?
–Yo tengo muchos estilos. Cuando estoy en el campo, soy muy hippie: tengo mil polleras de bambula y vestidos campestres que me encantan. En mi casa también soy muy relajada. Después, al momento de las fiestas y los eventos, soy fanática de la figura pin-up. Por eso Moschino me fascina. ¡Está bueno reírse con la moda! Yo creo que mi espada es el amor y mi escudo es el humor. Qué sé yo, me encanta ponerme un vestido con un moño en la cola, me resulta gracioso. El humor, el romanticismo y el glamour le dan color a mi vida.
–Evidentemente, te permitís reírte de vos misma.
–Tal cual. Yo tuve una vida hermosa y parte de eso fue gracias a haber adoptado el humor. Y el amor también es fundamental. Hay que agradecer lo que te toca. Yo disfruto si el día está lindo, si la brisa está suave… No necesito nada más. La vida me ha dado mucho más de lo que alguna vez soñé.
–Recién mencionaste al amor… ¿Cómo definirías tu relación con Ricardo Mollo, tu marido?
–[Sonríe.] Con Ricardo tenemos una relación muy linda, amorosa. Con el tiempo nos volvimos muy compañeros y nos seguimos amando. A fin de año vamos a cumplir diez años de casados… ¡Es increíble! En todo este tiempo él me enseñó muchísimo, me dio fuerza y seguridad. Además, me encanta que le gusten las mismas cosas que a mí.
–¿En qué gustos coinciden más?
–La vida en el campo, la música, el humor, la misma manera de ver el mundo… El matrimonio parece difícil, pero la clave está en encontrar a la persona indicada. Sucede lo mismo que en la música, donde las notas sólo funcionan cuando tienen simpatía entre sí. Yo siento que eso es lo que me pasó con Ricardo: afinamos, sintonizamos.
–¿Recordás tu primera impresión al verlo?
–Apenas lo conocí, sentí que era una persona especial. Quedé alucinada. No sabía ni quién era, pero su sonrisa me impactó. Primero nos hicimos amigos: venía a mi casa y charlábamos durante horas. ¡Y yo estaba muerta de amor! Pensaba: "Este nunca me va a dar bola". Ricardo fue difícil. Yo estaba tan acostumbrada a sentir la reacción de los hombres, a saber cuándo les pasaba algo, que su indiferencia me desconcertó. Después, fue él quien me sorprendió… ¡y terminamos casándonos a los cuatro meses!
–¿Tenés ganas de ser mamá o la maternidad no está en tus planes?
–Yo nunca elegí lo convencional, jamás me hice eco del mandato social. Ni siquiera mi familia me lo impuso. Pero sí, me imagino mamá. Me encantan los chicos y sé que cuando tenga un hijo lo voy a disfrutar muchísimo. Tampoco puedo dejar de replantearme muchas cosas como mujer: qué tipo de madre quiero ser, qué educación les quiero dar… Es complicado, porque tengo un alto grado de exposición y no quisiera que mis hijos crezcan bajo el lente de un fotógrafo. Pero insisto: me imagino madre y, más tarde, abuela, con muchos nietos, en el campo, cocinando tortas.
–Siempre hablás de tu vida en el campo.
–Porque amo la paz y la naturaleza. Con Ricardo aprovechamos cada tiempo libre para escaparnos a Uruguay. Ahí tengo mi huerta, mi lugar en el mundo, lejos de la ciudad que, con tanto ruido, siento que cada día me excluye más. El campo es mi refugio y mi fuente de inspiración. Soy feliz debajo de un árbol, sin hacer nada.
–Imagino que tenés poco tiempo libre: ayer comenzaste el rodaje de Mi primera boda.
–Siempre busco mis espacios. Pero trabajar también me hace feliz. La película tiene todos los condimentos de una comedia americana, pero con un humor muy ácido, muy argentino. Se trata de un casamiento donde todo lo que tenía que pasar bien, termina saliendo mal. Pasa en todos los ámbitos: cuando uno está tan pendiente de que todo resulte perfecto, termina poniendo toda la energía en cosas superfluas, sin sentido.
–¿Y qué te pasa con la televisión? ¿No pensás volver nunca?
–Volveré, volveré. [Ríe.] Me encanta la tele y siempre recibo propuestas, pero en este momento disfruto mucho lo que me está dando el cine. Tal vez el año que viene… ¿quién sabe? Lo que tengo claro es que no quiero volver a interpretar a la misma chica ingenua que hice cuando tenía 20 años. Hoy quiero personajes más reales, que mantengan esa ternura pícara que no se pierde ni a los 80… Pero no quiero repetirme. Si vuelvo a la fórmula que una vez resultó, si me quedo aferrada al pasado, el futuro es nefasto. Yo soy esto que ves ahora. Estoy feliz con quien soy y quiero interpretar a mujeres de mi edad.
–También cuidás mucho tu imagen. De hecho, sos la embajadora de L’Oréal Argentina. ¿Te harías cirugías?
–Creo que no. Mi intención hoy es transmitir verdad, y el cine ayuda, porque refleja hasta el alma. Si te hacés algo en la cara, se nota. Además, me gustaría tener la posibilidad de que un director me elija a los 60 años para componer a una mujer de 60… ¡no a una de 40! Creo que te podés ayudar con algunos toquecitos no invasivos, pero si adherís a las cirugías te convertís en un prototipo de lo que alguien definió como belleza. Nada debería ser tan definitivo… Me parece que la diversidad es lo mejor.
–Dejaste Uruguay a los 16 para venirte a Buenos Aires. Y los resultados son excelentes. Pero ¿en ningún momento dudaste de esa decisión?
–No, nunca vacilé. Yo vine porque me quería comer Buenos Aires. Estaba segura de lo que quería, ni siquiera pensé que no podía resultar… Siempre fui muy optimista. Y, aun hoy, cuando encaro un proyecto nuevo pienso que todo va a salir bien.
–Quizá fue ese optimismo el que te animó a dar el salto más audaz de tu carrera: cuando relegaste tu trabajo como actriz para dedicarte a la música.
–La mirada del otro siempre es letal, porque siempre va a resaltar tus defectos. Si me hubiese detenido a ver qué pensaban los demás, seguramente no hubiera llegado hasta acá. Depender de la mirada del otro es tristísimo porque significa la no aceptación de uno mismo. Si yo me quiero y me reconozco, el otro lo va a saber ver. En ese sentido, la única persona que siempre creyó en mí… ¡fui yo! [Ríe.] Cuando llegué a Argentina, me decían "uruguayita bruta". Yo me reía. No sé cómo explicarlo, pero para mí no hay cosas que no se puedan hacer.
Fuente: Revista Hola Arnentina
NATALIA OREIRO: "CUMPLO 10 AÑOS DE CASADA Y SIGO MUERTA DE AMOR"
|